APRENDER


Las personas enseñamos con la cabeza, Dios con el corazón. Él refresca el intelecto y nos libera de pensar demasiado. Su amor nos fortalece y nos capacita a hacer insignificantes las situaciones difíciles. Quienes aprenden con Dios desarrollan la sensibilidad de entender el real significado que hay detrás de cada situación. Ellos entienden con el corazón y aceptan con la mente. Un problema del tamaño de una montaña se hace tan minúsculo como una semilla de mostaza. Cuando Dios es nuestro profesor, removemos la palabra dificultad de nuestro diccionario.